Debemos “amar” con cuidado en todas nuestras relaciones. Al amar, debemos esforzarnos por no usurpar el amor primordial ordenado por Dios de quienes nos rodean. Si en nuestro corazón deseamos tener la supremacía en el corazón de un pariente cercano, por ejemplo, o de una persona de la iglesia o del trabajo, o de un vecino, fuera del orden expresado por Dios, podríamos estar involucrados sin saberlo en un tipo de adulterio mental sutil.
Veamos primero esta sutil tendencia, incluso en el caso del amor natural de los abuelos, para que la transferencia de este principio relacional vital se entienda más fácilmente en cualquier otra situación similar. Para los abuelos es una tentación natural querer que su nieto los considere maravillosos (al nivel de Mary Poppins), pero si no somos muy prudentes en este sentido podemos, sin darnos cuenta, suplantar el amor del niño por sus propios padres en favor del afecto hacia nosotros. Puede que a nosotros nos parezca maravilloso, pero a los padres les parece terrible.
A menudo, los padres están cansados y agobiados por los desafíos diarios de las tareas domésticas y la disciplina y prefieren las expresiones desenfrenadas, sentimentales y lujosas de “amor” de los abuelos.
Por lo tanto, lo que el abuelo debe hacer continuamente cuando está con su nieto es apoyar y enaltecer los esfuerzos y la personalidad de los padres. Esto puede incluir señalar rápidamente las labores de los padres en favor del niño, las bondades del carácter de los padres, etc.
Además, es importante abstenerse de tener secretos con el niño sobre lo que vamos a convencer a los padres que se supone que no están dispuestos a aceptar. ¡No hay conspiración! Debemos evitar hacer estrategias con el niño como si los padres fueran el enemigo reticente.
Vemos esta delicada forma de amor exitoso expresada perfectamente en la Trinidad misma. Cristo siempre se refería al amor del Padre. El Padre sólo dirigía la atención al amor del Hijo. Y el Espíritu Santo humildemente atrae el corazón hacia Cristo y el Padre, y nunca hacia Sí mismo. Así es como funciona el amor santo.
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