El cuidado que brindamos a nuestros seres queridos mayores tiene tres vertientes:
Uno: Protección
—del mundo frío y cruel. El solo hecho de tener un refugio físico y la comida que uno puede conseguir, a un costo mucho menor que cualquier solución comercial en cualquier parte, les da a sus vidas un contexto/estructura/fortaleza SEGURA y confiable.
Dos: estabilidad psicológica
Estás ahí para disipar muchas ansiedades incesantes justo en el momento de “salir de las aguas”. Encarnas la familiaridad y la comodidad de su pasado. Además, tu presencia y la de tu familia aportan variedad a través del ritmo de vida que pasa a su lado, en lugar de abandonarlos a una soledad enorme e interminable, en la que no sucede absolutamente nada, día tras noche.
Tres: Enfermería
Dado que la condición misma de la vejez es que el cuerpo comienza a desmoronarse en pequeñas y grandes formas, uno mitiga constantemente ese dolor/malestar con soluciones alternativas inmediatas tanto como sea posible. Cuando se los deja solos, dejan que las enfermedades de todo tipo avancen hasta que llegan a la etapa de crisis/hospitalización, TODAS las veces.
El pensamiento que nos impulsa y que debería darnos una tierna resistencia en el camino del “cuidado” es que algún día es probable que nosotros también estemos en la misma condición: queriendo toda clase de bondades. Es un trabajo duro, pero Dios nunca dijo que sería fácil. Hay aspectos positivos secretos detrás de todas sus justas dispensaciones, si los buscamos. Nuestro destino en la vida está escogido PARA nosotros. Incluso si PUDIÉRAMOS diseñar nuestras propias vidas, ¿acaso querríamos el trabajo? Seguramente, con una visión limitada crearíamos para nosotros mismos desastres mayores, con resultados menos nobles.
