Cada vez que le digas algo a tu hijo, haz un esfuerzo para detenerte un momento cada vez y sonreírle cálidamente primero, y sólo entonces decirle lo que tienes que decir. Recuerda que tu hijo nunca ve su propio rostro irritable; el niño sólo ve el tuyo. Ladra menos, sonríe más y tu dulce y tranquila presencia cambiará por completo la atmósfera de tu hogar. Dios les dio a las madres el poder y la influencia de largo alcance de un cedro del Líbano.