He sido joven y ahora soy viejo y nunca he visto una relación sin esfuerzo ni una persona sin complicaciones. Todas las relaciones acaban chocando, de forma pequeña o grande, en la colina de las expectativas incumplidas de ambas partes. Todos los seres humanos descubren que comienzan la vida y la atraviesan sin ser comprendidos y con necesidades emocionales. La ira hacia los demás, por no satisfacernos, es en realidad sólo un proceso de despertar. Cuando superamos esta desilusión, maduramos maravillosamente. Sólo Dios satisface el alma. En lugar de buscar más yo en los demás, descubrimos que las personas son nuestro deber aprender a amarlas.
La dulce concordia bajo un mismo techo sólo es posible cuando todos los habitantes viven PARA lo mismo: la gloria de Dios. Ésa es la única base verdadera de una unidad relacional duradera. El sentimentalismo por sí solo no puede y no podrá mantener unida una relación. Si se elevan las tensiones de la vida lo suficiente, el sentimentalismo se esfumará. Pero cuando todos los miembros de una familia pueden ver la seriedad de cada alma que lucha por vivir para Dios, aunque esté cargada de ineptitud, las relaciones prosperan. Un hogar así está lleno de ternura.
Todos comenzamos la vida como víctimas de una miopía total. En última instancia, para cada uno de nosotros, como creyentes serios, la vida se convierte en un largo viaje desde el ensimismamiento hasta la abnegación. Una voluntad flexible, al final de la vida, es el oro que Dios estaba extrayendo. Los fuegos relacionales pueden ser cosas buenas. No te desanimes; solo queman la escoria, para nuestro propio mejoramiento.